El Éxodo, por Max Montoya.



I.
Pensemos con detenimiento.

Estás embarazada. Bien. Que no nos entre el pánico.

¡Nada de pánico, por favor! ¡Necesito pensar, pensar, pensar!


II.
A ver: llevo un año contigo. Y he estado haciendo el amor cada día de cada semana con preservativo. Si es cierto lo que dices, bien, entonces el preservativo se ha roto. Con lo cual tenemos la salida del aborto y una posible demanda por daños morales. ¡Me estoy volviendo loco! ¡Que alguien me quite al abogado de en medio!

A no ser que, claro, no, espera, deja que termine: a no ser que aquella vez en que bebimos demasiado y tú decías que habías tomado la píldora fuera el escenario del crimen. ¡Mi mente me está volviendo loco, pues ya está pensando en el nombre que le pondremos!


III.
Tanto sexo oral y por la puerta de atrás haciendo de hombre del butano para nada. ¡Nada! ¿Es esto realidad o sueño? ¡Que alguien me despierte, por amor de Dios! Dejemos a las deidades homéricas fuera de esta tragedia. Pensemos. 

Está la opción del suicidio en pareja. ¿No decías que me querías como Julieta a Romeo? Ya, yo tampoco comulgo con el romanticismo italiano del Renacimiento. Olvidemos a Shakespeare y a Edward de Vere y pensemos.

Está la opción de cambiar de país, cultura, trabajo e identidad. Siempre quise ser banquero y ganar toneladas de dinero engañando a la gente mientras salgo en la tele sonriendo como un héroe de la Argólide. ¿Brasil, Arkansas, Nueva York? Siempre quise vivir en la gran manzana y revivir el pecado original mientras disfrutaba del paraíso de Broadway. ¡Ser actor sería una pasada! O por qué no surfista en Malibú, desayunando con niñas en tanga y una arena fina y cálida bajo mis pies mientras termino de darle un masaje a una rica judía agotada por su marido Abrahán al que solo ve cuando reconoce la firma de sus cheques que cobra en caja.


Epílogo. El Éxodo.

Siempre quise huir de las persecuciones y las cazas de brujas. Ahora entiendo el éxodo judío y todos sus tormentos y sufrimientos. Ya me siento como uno de ellos: acosado, atrapado, culpado y objeto de todas las miradas y recriminaciones. Tu padre entonces será la mismísma imagen del Yahvé iracundo y vengativo. Me perseguirá hasta el confín del mundo mientras tenga el poder que tiene a su alcance. El arca de la alianza que lleva tu cuerpo será mi perdición. El sexo, el sexo y el placer me han perdido para siempre. ¡Maldito becerro de oro! Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Sí, llama a tu padre. Sí, dile que te quiero y pienso casarme contigo. ¡Espera! Un segundo. ¡Un segundo! ¿No estuviste hace dos semanas de viaje con tus amigas en Málaga? No quiero dudar de ti porque no he perdido la fe como Pedro ni renegaré tres veces de la criatura, pero ¿seguro que es mío?




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Nota Bene. Escena extraída de la obra Elegías a Talía, disponible en Amazon.







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