CRÓNICAS Y
CUENTOS RESCATADOS
por Claudio Rodríguez Morales
La obra de Claudio Rodríguez Morales Crónicas y Cuentos Rescatados (Marzo 2015; de próxima publicación) despliega en 60 felices páginas el difícil arte de lo lírico-burlesco, estilo que en la literatura latina comenzó Virgilio (Bucólicas, Geórgicas) y desarrolló Ovidio (Amores, Metamorfosis), y que en la literatura española logró imponer y perfeccionar Göngora desde que en 1580 comenzara su revolución del romancero (“Ciego que apuntas y atinas”), que lograría encumbrar con la Fábula de Píramo y Tisbe en 1618. Nabokov tiene una marcada tendencia hacia este estilo que merecería un estudio aparte. (Es curioso que Nabokov criticara Don Quijote como sádico, al hacer reír al lector con el dolor de un viejo caballero loco, pero su estilo lírico-burlesco es sádico al máximo, desde Rey, Dama, Valet a Pálido Fuego. En Risa en la Oscuridad Nabokov se superó a sí mismo en sadismo. Hay cierta “ansiedad de la influencia” aquí que podría explicar esta paradoja.) A la mayoría no le gustó este estilo (solo unos pocos vieron el calado real de la revolución estética, ética, y filosófica que se les proponía) en la España de entonces, porque no defendía ni proponía una solución al mundo y sus defectos. Quiere decirse entonces que el autor lírico-burlesco es un descreído, un rebelde, el mayor rebelde que existe, pues su sátira no está enfocada en mejorar las costumbres, sino en reírse de todas. Lo que consigue el arte de lo lírico-burlesco, en definitiva, y esta es la razón de que esta crítica exista ahora en este blog, es algo tan difícil como elevar la realidad, lo ordinario, a categoría estética: hacer de lo ordinario algo extraordinario. No huir de la realidad, no escapar de ella por la fantasía, sino hacer de la vida diaria materia del arte, algo que es difícil, muy difícil, pues el estilo lírico-burlesco logra lo que hace el amor por una mujer, es decir, que “el hedor del ambiente” se torne “fragancia en su compañía” (p. 57). Al contrario que cuando estamos enamorados, nótese bien, el autor lírico-burlesco nos muestra el engaño y su efecto. Se ríe con nosotros, no de nosotros. No maldice el engaño de las apariencias, las muestra y se ríe de ellas. Liberación, aceptación, triunfo.
El arte es estilo y la literatura consiste no en lo que se cuenta, sino en cómo se cuenta; de modo que reincidamos en que el estilo lírico-burlesco no elude la realidad, no huye de ella hacia fantasías y otros mundos bellos y extraordinarios para curarnos de una realidad que nos aplasta y oprime; para el arte lírico-burlesco la realidad ya es suficiente y se basta a sí misma; por eso el arte o el estilo lírico-burlesco es filosófico, ético, y estético: celebra la vida ordinaria y triunfa sobre ella. Por otra parte, el arte lírico-burlesco no es satírico, puesto que no castiga unas conductas para defender otras que resultan ser, casualmente, las que el autor mismo posee y las de su propio grupo. El arte lírico-burlesco es satírico con todos y sin excepción del autor mismo, y por eso logra que la carcajada y el sobrecogimiento se fusionen y liberen. Celebra la vida con todas sus miserias, pero fusionada con el arte, transformada en arte: hace lo no artístico, artístico, ese es el triunfo del Centauro lírico-burlesco. Por ejemplo, Günter Grass defendía la socialdemocracia frente a una realidad que no lo era y a la que Grass aspiraba (como el profeta, como el vates, como el iluminado, como el líder intelectual) por mejorar. Grass hace reír y mucho. ¿Era Günter Grass lírico-burlesco entonces? No, era satírico. Otro ejemplo. Galdós utilizaba el realismo o naturalismo como estilo, y quería dejar constancia de la vida de su tiempo utilizando la literatura como si fuera historia, crónica puntual y honesta, absoluta, de su deseo liberal. Galdós puede hacernos reír y mucho. ¿Era Galdós lírico-burlesco? No, puesto que defendía el liberalismo como solución al mundo. En Claudio Rodríguez, como en Ovidio, como en Göngora, como en todo autor que posee el estilo lírico-burlesco, esto es querer engañarse. Citaré ejemplos burlescos en esta obra. La pareja está teniendo su “luna de miel” particular en su pobre barrio y el autor nos describe la escena así (p. 3):
No tardamos en tomar el sótano como nuestro nuevo hogar, cuya luminosidad salía del farol de la estupidez. El candor me hizo creer que los besos y las manos entrelazadas bastaban. A Pablito lo tomamos como nuestro hijo, más bien nuestra mascota, a quien de vez en cuando acariciábamos en la cabeza.
Primero, están celebrando el amor en un sótano; la luz, elemento positivo, surge en este inframundo del “farol de la estupidez.” El choque o ruptura de sistema romántico no ha acabado. Tras la confesión honesta del que ha llegado a reconocer el Neoplatonismo del amor como falso a la realidad de las cosas (pues es el dinero el que hace milagros, como dice el autor), sigue la burla de una inocencia que Dickens nos habría dado bañada en lágrimas de querubín: el ángel es su “mascota, a quien de vez en cuando acariciábamos en la cabeza.” La burla ha hecho que la realidad estalle en mil pedazos. El niño es como un perro. Es un perro. El símil hecho metáfora. Y entonces la risa. Esto es lo que se conoce como una descripción ʻmagistralʼ, porque nos enseña, nos está enseñando lo que es la vida y lo que hace el arte con ella: triunfar sobre ella, al elevarla a Arte y hacernos reírnos de sus miserias. Otro ejemplo. Descripción de una de las pobres casas (p. 8):
Con sus ventanas ahora móviles, su estuco permanente, el adobe y el rechinar. Plomiza por vocación. Sin sus amorosos habitantes, eso sí, y ante eso, resignación de descreído. Todos dispersos en ésta y otra vida. La abuela protectora, tías y tíos juguetones, primos leales, padres imberbes, el abuelo inmóvil (ya era hora). Yo mismo, sin ir más lejos, cuento con mi propia dispersión.
Es una descripción que nos deja una doble visión: miserable y cómica. “Plomiza por vocación.” Incluso algo tan fundamental para la felicidad humana como es la vocación, el sentido de la vida, es materia de burla, puesto que es “plomiza,” porque es una pesadez creer incluso en la vocación. ¿El efecto de la lectura? La risa, la sorpresa, la liberación. Triunfo del arte sobre la vida, elevación de la vida a arte: lo ordinario hecho extraordinario. Como todo artista que domina los recursos burlescos, el señor Claudio Rodríguez no se engaña en la vida, ni siquiera consigo mismo: “Yo mismo, sin ir más lejos, cuento con mi propia dispersión.” Entre ambas citas está el chiste sobre el abuelo que no tiene precio y los “padres imberbes”, esto es, los jóvenes que ya son padres por error, por accidente, por correr demasiado en el amor. ¿No es el arte liberación y celebración de la vida, con todos sus defectos? Memorice este párrafo y cítelo cuando le hagan una pregunta sobre qué es el arte y para qué sirve. Otro ejemplo (p. 5):
Llegado el lunes, Galia decidió partir. Ansiaba Santiago con todas sus fuerzas. Nunca logré que lo olvidara. Allá la esperaba trabajo, prole, amigos, marido, espacio propio, su trono.
Lo burlesco elevado a lo artístico se logra de diversas maneras; se puede lograr con el chiste fácil, la inversión de un cliché, la sorpresa, la dubitatio del narrador ante un hecho evidente, la ironía, el símil degradante, la exageración más allá del panegírico en un contexto humilde. En este párrafo lo lírico-burlesco nos viene dado por la metáfora que viene al final y rompe su sistema correlativo: “trabajo, prole, amigos, marido, espacio propio” y entonces, el hecho mágico y artístico que hace a la mente volar en pedazos: “su trono.” La reina ha sido destronada con su propio cliché al ser injertado en una correlación que no nos la hacía presagiar. La sorpresa. No existe Neoplatonismo ni romanticismo en la descripción, no es una descripción degradante tampoco; antes bien, ha elevado a la pobre mujer a la categoría de reina. ¿Cómo es que nos hace reír y la hace materia de burla de forma lírica y poética? Porque está elevada a reina dentro del un contexto que no es el suyo; esto es la ruptura de sistema y su efecto ingenioso, cómico, chistoso. Lo lírico-burlesco aquí no miente, no huye de la realidad de lo que era la mujer, no la convierte en ángel, como hace John Donne (“Aire y Ángeles”), ni en Diosa del universo y la vida del hombre enamorado, como hace Shakespeare (Romeo y Julieta); simplemente la acepta y se ríe de ella: se libera de su engaño y de sus sueños de grandeza. Lo lírico-burlesco no se consigue fácilmente, por ello; requiere una buena filosofía de vida, humor y un espíritu abierto a lo lírico; también requiere humanidad, aceptación de sí mismo, honestidad, caridad. Uno se ríe sanamente; no se ensaña, como Quevedo, con el mundo y sus locuras y defectos para defender, con su sátira, su propia doctrina cristiana absoluta y eterna. El sátiro peca de ingenuo también, para el autor lírico-burlesco. El estilo lírico-burlesco, por tanto, es el estilo más satírico y más rebelde que existe, porque no se doblega ante ningún ideal, ante ninguna imagen, ante ninguna doctrina, ni país, ni patria, ni grupo social ni compromiso, ni siquiera el que uno pretende tener y al que confiesa estar inclinado. La burla es para todos, incluido uno mismo. La pregunta ahora sería esta: ¿cómo hacer que cante, que lo burlesco sea lírico al mismo tiempo, que alcance el lirismo? Eso se hace con trabajo y con esfuerzo, y si uno tiene alma de poeta. El señor Claudio Rodríguez está en ello, y aunque no todos sus ejemplos líricos triunfan en esta obra, ni todos sus pasajes burlescos provocan el éxito de la sonrisa, la risa, y la carcajada, el autor se esfuerza en ello, trata de esculpir su lenguaje y elevarlo a la altura de los sentimientos nobles, de forma burlesca. El siguiente párrafo es un ejemplo de que el que la sigue, la consigue (p. 57):
“¡Qué lindo!”, dice ella sin dejar de enrollarse de un lado para otro, quedando con la mitad de su cuerpo bañado por un rayo de sol colmado de polvo suspendido, cubriéndolo a plenitud y esparciéndose con un orden casi militar por su desnudez.
Imagen plástica, erótico-festiva, pictórica, con el guiño al amor como militia amoris. Ovidio estaría orgulloso. En el relato “El Tío Viejo” el autor (o autor-persona) se nos confiesa como un escritor de novelas “frustradas.” El señor Claudio Rodríguez no tiene por qué lamentarse por no escribir rollos y tomos largos, porque su estilo no lo permite, porque su estilo lírico-burlesco no cree en las grandes historias. Un libro largo es un mal libro para el autor lírico-burlesco. El señor Claudio Rodríguez ya ha conseguido alcanzar un estilo que no miente, que no se miente a sí mismo, que logra la risa, y que por momentos se eleva hasta lo lírico. Este arte es la celebración de un triunfo: sobre la vida, en la vida, para la vida. Su futuro como escritor es presente, como esta obra lo demuestra. La brevedad nunca fue mala, como sabía Göngora, escritor de la estirpe de Calímaco que sabía que “un gran poema es un mal poema.” Y Gracián nunca dijo una verdad mayor que cuando escribió que “lo bueno, si breve, dos veces bueno,” aunque luego no predicara con el ejemplo y soltara ese parto mental infumable que es El Criticón. Para ser bueno y breve, hay que sintetizar. Ser poeta. Si además se es poeta de la realidad con capacidad para burlarse de ella, de todo, de todos, y de uno mismo con chispazos de lirismo, entonces uno ya ha alcanzado la maestría. El resto es perfeccionamiento.
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