John Donne, Aire y Ángeles.




Este poema, como nos indica Peter Desa Wiggins (Donne, Castiglione and the Poetry of Courtliness, Indiana University Press, 2000), contiene dos sonetos invertidos de catorce versos cada uno: los sextetos plantean el problema y los octetos lo resuelven. El primer sexteto plantea el problema de que la pasión del amor va en busca siempre de su objeto perfecto y ansiado, y el octeto resuelve el problema indicando que ese objeto buscado por la pasión del amor lo ha encontrado al fin en la amada con la que la voz narradora está discutiendo. El segundo sexteto plantea el problema de qué se supone que debe hacer el amor cuando ha encontrado, al fin, su objeto amado, y el segundo octeto lo resuelve al presentarnos a la voz narradora pidéndole a la mujer amada que le manifieste su amor, como los ángeles se manifiestan a los hombres al asumir cuerpos de aire. Como nos explica Wiggins, la escena que vamos a presenciar implica a un cortesano y a una cortesana hablando en código: el código propio de su época y establecido por El Cortesano de Castiglione.

El amante cortesano debe ser capaz de convencer a la cortesana de que entregarle su amor es, no una renuncia a su virtud y castidad, sino un acto de piedad para con el amante, que la necesita para salvarse de toda la suciedad y todas las mentiras que pululan por la corte y que él lleva dentro consigo (pues él ha tenido sexo con otras cortesanas que ella conoce). En contra de lo que interpreta la mayor parte de la crítica y Purificación Ribes en su edición para Cátedra Universales de las Canciones y Sonetos (Madrid, 2007), el ángel no es el hombre, sino que siempre es la mujer: porque la clave del éxito del argumento y la sofistería (cortesanas) del poeta-cortesano residirá en que ella le crea su confesión: que él es la única persona que es inferior ontológica y éticamente a ella como mujer. A nuestra traducción le sigue la de Ribes, la versión original y la exégesis de Wiggins como colofón. Vale.

Dos o tres veces te he amado,
Antes de que conociera tu rostro o nombre;
Así en una voz, así en una llama sin forma,
Los Ángeles a menudo nos afectan, y son adorados;
   Aun así cuando, adonde estabas, llegaba,
Una encantadora y gloriosa nada veía.
   Pero como mi alma, cuyo hijo es el amor,
Asume miembros de carne, o de otra forma nada puede hacer,
   Más sutil que el padre es,
El Amor no debe ser, salvo asumir un cuerpo también,
   Y por tanto lo que tú eras, y quién,
      Le pedí al Amor que preguntara, y ahora
Que asume tu cuerpo, lo reconozco,
Y que se fije en tu labio, ojo, y frente.

Mientras así en estabilizar el amor, pensaba,
Para con ello más firmemente haberme ido,
Con mercancías que ahogasen la admiración,
Vi, que la embarcación del amor había sobrecargado;
   En cada uno de tus cabellos para que el amor se afane
Es mucho y demasiado, algo más oportuno debe buscarse;
   Pues, ni en nada, ni en cosas
Extremas, ni en una brillantez dispersa, puede el amor fusionarse;
   Entonces como un Ángel, rostro, y alas
De aire, no tan puro como éste, pero puro se reviste,
   Así tu amor puede ser la esfera de mi amor;
      Justo tal disparidad
Como hay entre el Aire y la pureza de los Ángeles,
Entre el amor de las mujeres, y el de los hombres siempre habrá.

Purificación Ribes, ed.: John Donne, Canciones y Sonetos, Cátedra, 2007:

Dos o tres veces a ti te hube amado,
antes de que tu rostro o nombre conociera.
Así, en una voz, en una llama informe,
a menudo los 
ángeles nos mueven y son reverenciados.
   Cuando, hacia donde estabas yo acudía,
una gloriosa, encantadora, nada, percibía.
   Pero, puesto que mi alma, cuyo hijo es el amor,
sus miembros toma de la carne, y nada de otro modo hacer podría,
   más sutil que su padre
no debe el amor ser, sino tomar también un cuerpo.
   Y así, lo que tú fuiste, y quién,
      pedí al Amor que preguntara, y ahora
que tu cuerpo asuma, yo autorizo,
y que en tu labio se fije, y en tu ojo, y en tu ceja.

Cuando creí que así al amor lastraba,
y así haber avanzado más estable,
con mercancías capaces de anegar la admiración
vi la pinaza del amor sobrecargada.
   Para el amor de todos tus cabellos ocuparse
es demasiado; algo más adecuado hay que encontrar,
   pues, ni a la nada, ni a lo extremo y
dispersamente claro, puede amor ser inherente.
   Así pues, como un ángel lleva de aire
rostro y alas, tan puras como él, no, aunque puras,
   así puede tu amor del mío ser la esfera;
      igual disparidad,
como entre la pureza del Aire y de los Ángeles,
entre el amor de la mujer y el hombre siempre habrá.

C.M. Coffin, ed.: The Complete Poetry and Selected Prose of John Donne, The Modern Library, NY, 2001:

Twice or thrice had I loved thee,
Before I knew thy face or name;
So in a voice, so in a shapeless flame,

Angells affect us oft, and worship'd bee,
   Still when, to where thou wert, I came,
Some lovely glorious nothing I did see.
   But since my soul, whose child love is,
Takes limmes of flesh, and else could nothing doe,
   More subtile than the parent is,
Love must not be, but take a body too,
   And therefore what thou wert, and who,
      I bid Love aske, and now
That it assume thy body, I allow,
And fixe it selfe in thy lip, eye, and brow.

Whilst thus to ballast love, I thought,
And so more steddily to have gone,
With wares which would sinke admiration,
I saw, I had loves pinnace overfraught,
   Ev'ry thy haire for love to work upon
Is much too much, some fitter must be sought;
   For, nor in nothing, nor in things
Extreme, and scatt'ring bright, can love inhere;
   Then as an Angell, face, and wings
Of aire, not pure as it, yet pure doth weare,
   So thy love may be my loves spheare;
      Just such disparitie
As is twist Aire and Angells puritie,
'Twist womens love, and mens will ever bee.

cuando, a donde estabas, llegaba,/ Una encantadora y gloriosa nada veía: la excusa para la promiscuidad del varón que habla es que ha sido ella misma, como Ángel, la que le ha confundido en esas “dos o tres veces” a mantener relaciones sexuales con otras mujeres. Él le dice que es natural, pues sus sentidos son humanos y limitados mientras ella es un ser excepcional, un ángel. Parece que el lector, al entrar in media res, se ha perdido la acusación de la amada de que él ha mantenido relaciones sexuales con otras en el pasado. La defensa del poeta-cortesano es múltiple, y tiene que ver con la metáfora de que ella es un ángel: por ello él no la ha encontrado antes, por ello él ha confundido su verdadero objeto de amor, por ello él ha sido (inocentemente) promiscuo, por ello él es débil y negligente y lo hizo sin dolo o adrede; y con ello ella acarrea con la responsabilidad y la culpa a la vez que se erige en la auténtica amada de él, es decir: es adulada en extremo y convertida, ipso facto, en su juez. Desde el comienzo la defensa del argumento sofístico y metafórico y metafísico del cortesano-poeta nos da a entender que ambos se aman, y que se conocen desde hace tiempo, solo que él ha conocido a otras durante ese tiempo. El temor justificado de la amada en no convertirse en una más de sus amantes es lo que el poeta-cortesano trata de vencer en ella. ¿Cómo lo hace exactamente? Con la metáfora del ángel. Ha sido ella la que le ha confundido y 'afectado' a él al guiarle a hacer el amor con otras mujeres. O en palabras de Wiggins: “Ella le 'afectó' a él por medio de esas otras mujeres, y en ellas él la adoraba a ella, no a las otras.” Y añade:

El amor de ella es el tipo de amor realizado por seres superiores en consideración hacia los inferiores. Justo como los ángeles son más puros que los hombres, su amor es más puro en que busca ascender a los hombres a la contemplación de cosas más altas que ellos mismos. Por otra parte, el tipo de amor practicado por los hombres, es por necesidad menos puro, porque para ascender ellos mismos, los seres inferiores deben llamar al objeto de su amor a descender él mismo. De otra forma serían incapaces de percibirlo con sus sentidos y de amarlo. De ahí que la primera estrofa de “Aire y Ángeles” insista en que el amor asume un cuerpo.

La clave de la sofistería de esta escena está en que la interpretación de Ribes es incorrecta. No es el hombre el superior sino la mujer. Wiggins nos explica por qué:

Si uno va a ser tan sofista y tan reverente como el paradójico amante en “Aire y Ángeles,” uno debe al menos ser apasionadamente consistente en el argumento central de uno mismo, y la extraordinaria simetría en el doble soneto sugiere que la consistencia es importante. Si el amante declara que su amada es un ángel al comienzo del poema, debe permanecer como ángel al final del mismo.

El argumento sofístico del amante convencerá a la amada solo si ella acepta en verdad que la sofistería que éste utilza es verdad y consistente; es decir, en contra de lo interpretado por Ribes y la mayor parte de la crítica, el amante debe convencer a su amada de que él fue inocente con las otras mujeres (pues eran su reflejo) y que su amor real y auténtico es ella; pero solo lo conseguirá si ella se cree que es un ángel, y él un ser inferior, mero aire. 

nada puede hacer: Wiggins nos dice que en contra de las expectativas del amante, su amor aún no ha llegado a hacerse inherente con su objeto, y por tanto “aún 'no puede hacer nada' —la connotación sexual de 'hacer' está muy bien presente. Su amor es consciente de su objeto, pero la amada es tan deslumbrante a los ojos (como uno esperaría ser un ángel) que ella amenaza con sobrecargar la mera 'admiración'. Ella es demasiado para ser mirada o contemplada. El amor correría el riesgo de hundirse bajo la asombrosa inspiración del estudio de todos y cada uno de sus encantos, de modo que, dice el galante amante, sin dejar de soltar la metáfora náutica, 'algo más oportuno debe buscarse', algún medio de ajustar las 'mercancías' a las dimensiones de su amor mortal.”

Entonces, como un Ángel...: estos últimos seis versos redondean el argumento entero. Wiggins escribe acertadamente:

Entonces los últimos seis versos del poema llegan a ser un consistente desarrollo de todo lo que se ha dicho en el poema entero. El amante está pidiendo a la mujer, como un ángel, que asuma un cuerpo, el cuerpo de él, que es como el aire, menos puro que el de ella, pero no impuro, y entonces él, como el aire, se convertirá en la manera de revelar su perfección mientras ella le guía en su abrazo como un ángel guía la esfera en su dominación. Él nunca niega en bloque que ella sea más pura que él, pero, como él dice en los versos concluyentes, las mujeres siempre amarán criaturas menos puras que ellas mismas. El objeto del amor de las mujeres —el sexo varón— siempre será, como el aire, ligeramente menos puro que el objeto del amor del hombre —el sexo hembra— que es angelical. Como seres superiores, las mujeres siempre serán forzadas a rebajarse ellas mismas con el fin de alzar a aquellas caídas criaturas a quienes ellas aman. Sin duda, hay una chispa en el ojo del amante al simpatizar con su dama. La nota de chistosa galantería es indiscutible, pero coexiste con una alabanza seria, y es perfectamente consistente con el tono de serio jugueteo que caracteriza al poema entero…

La asociación de unión sexual con la Encarnación, la fusión paradójica del amor y la religión en este poema alcanza tal intensidad que uno puede casi hablar de que una teología ovidiana o angelología está en proceso en la mente de Donne. De hecho, la dificultad de “Aire y Ángeles” puede deberse tanto a la intensidad, la audacia, y la imprevisibilidad de esta fusión, o catacresis, como a la excepcional provocación que ofrece al lector a que se preste al cortesano juego de expansión imaginativa. El amante le dice a su amada que la expresión física del amor de ella será como el de Cristo una asunción de un cuerpo con el fin de redimirle de su caída humanidad, excepto que el acto de ella estará limitado a redimirle a él. Visto bajo esta luz, las líneas finales contienen una nota de triunfante ironía. La mujer, el ser más alto, y la voz narradora, el ser inferior, conformarán un abrazo mutuo en un deseo que les hará volverse virtualmente indistinguibles uno del otro, justo como un ángel es indistinguible de su cuerpo de aire, y esto será porque ese deseo será un deseo de parte de la mujer de imitar el amor de Cristo por la humanidad y por parte de la voz narradora un deseo de unir su voluntad con la voluntad de Dios. O por ponerlo de forma diferente, su abrazo será análogo a la Encarnación de la bondad de Dios, a la santificación de la naturaleza humana por la naturaleza divina, y por tanto cualquier cuestión sobre una diferencia en pureza entre ellos se tornará baladí. Entonces el amante podría estar diciendo a su amada que aunque individualmente hay una disparidad entre ellos, pueden borrarla con una encarnación de su amor, ya que sus intenciones son tan puras como ellos sean mutuamente capaces de hacerlas. Su abrazo unirá el espíritu y la materia en una unidad indiscernible. 

La conclusión de Wiggins la compartimos in toto:

La sofistería del argumento del poema, la ilusión de la inmediatez dramática, la espontaneidad, el debate, y la ironía, y la insistencia sobre la carnalidad del amor representado sitúan el poema más dentro de la tradición elegíaca latina. Es como si Donne estuviera asumiendo los roles de Dante y Ovidio simultáneamente.




Nota Bene. Donne, utilizando su pseudónimo Edmund Spenser, declaró esto mismo en su versión más neoplatónica en los Cuatro Himnos de 1596. Si Góngora llevó a cabo una revolución poética del español con su proyecto cultista, Donne intentó otro tanto integrando en su poética el lenguaje de su amado Chaucer en La Reina de las Hadas.



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